Isabel Zapata
13 min readDec 3, 2020

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Supongamos que empiezo diciendo que me he enamorado de un libro

1. Como todas las historias de amor, la nuestra tiene un principio en el tiempo y un escenario: invierno de 2010, las repisas polvosas de una librería neoyorkina que ha dejado de existir. Empezó lentamente. Una apreciación, una afinidad. El momento de encuentro (lo que algunos llamarían “primera vista”) ocurrió una tarde de nieve. Una amiga y yo habíamos salido a caminar por el East Village y terminamos el paseo en St. Mark’s Bookshop. En la mesa de novedades estaba Bluets, radiante en su azulada perfección. Yo no sabía nada del libro pero mi amiga, que había leído algunos fragmentos, lo puso en mis manos y me aseguró que me iba a gustar. Empecé a leerlo esa noche en el metro 1, línea roja, durante el largo camino de regreso a casa. No lo solté mientras me apresuraba a preparar algo de cenar: cada minuto dedicado a cocinar era un minuto perdido. En aquella época vivía gloriosamente sola y tenía pocas distracciones, así que lo terminé esa misma noche antes de quedarme dormida con él a mi lado.

2. Esta es la historia de dos versiones enfrentadas: de un libro, de los hechos, tal vez incluso de lo que la poesía le hace al mundo. También es la historia de un conflicto entre fantasmas.

3. Así fue el principio o así quedó grabado en mi memoria, que es más o menos lo mismo. Un día se volvió más seria. Luego se volvió, de algún modo, personal. Me costaba trabajo mantenerme al corriente con lecturas y tareas de la maestría; lo único que quería era volver a ese relato de un amor quebrado, de una amiga cuadripléjica, de una tribu de gente azul atravesando el desierto. Cuando un libro te ofrece un hogar, lo mínimo que puedes hacer es leerlo de la manera más atenta, más cercana, más tierna posible. Lo mínimo que puedes hacer es traducirlo.

4. Los primeros fragmentos de Bluets en español (corríjanme si me equivoco, siempre corríjame si me equivoco) se publicaron en la revista Letras Libres el 9 de febrero de 2014. Para entonces yo llevaba casi un año en contacto con Maggie Nelson: le escribía de vez en cuando para contarle de mis intentos por encontrarles foro a esos primeros avances de la traducción y ella siempre me respondía con amabilidad. Un par de meses después de aquella primera publicación, para la que dio autorización directa, me escribió para decirme que le habían llegado sus ejemplares de la revista. “Bravo, and thanks!!, xo, Maggie”. Estuve feliz toda la semana.

5. En 2015 cuatro amigos y yo fundamos una editorial. Para entonces yo llevaba cinco años trabajando en la traducción y la posibilidad de publicar Bluets en México ya me obsesionaba. En cuanto Ediciones Antílope estuvo en pie y lista para atender el tema de los derechos, le volví a escribir a Maggie para darle las buenas noticias. Me puso en contacto con su agente y esa fue la última vez que me contestó un correo directamente.

6. Ya se ha repetido hasta el cansancio que traducir es traicionar. Ahora mismo no me arrepiento de nada.

7. El agente me puso en contacto con Alejandro Kandora, de Tajamar, la editorial chilena que había adquirido los derechos mundiales en español de Bluets. Ediciones Antílope llevaba apenas un año y el concepto de derechos mundiales entraba todavía en el espectro de términos que no me quedaban demasiado claros. ¿Cómo distribuiría mundialmente el libro una editorial pequeña con capacidad tan limitada? ¿Cuánto tiempo se pueden retener esos derechos sin que el libro sea publicado? En cuanto a la traducción, ¿existe de verdad un “español neutro”que abarque todo el territorio? Extraer del idioma argentinismos, mexicanismos, chilenismos, ¿no equivale a pulirlo hasta hacerlo desaparecer?

8. “La partitura del poema está ahí, frente a nosotros, para que la sigamos de cerca, pero también para que tomemos distancia –una distancia crítica” (Ezequiel Zaidenwerg). Tal vez he sido incapaz de tomar esa distancia. La música de Bluets suena todo el tiempo en mi cabeza.

9. Le escribí a Kandora dos veces más (o al menos me respondió dos veces más): en 2018 y en 2020. Me contestaba siempre al segundo o tercer intento, con la amable displicencia de quien espanta una mosca sin querer lastimarla. Su respuesta era la misma: “no, no estamos interesados en vender los derechos de Bluets para México. No, no queremos hacer una coedición con ustedes. En caso de cambiar el panorama podemos reconsiderar tu propuesta”. Los derechos terminaron, aunque de eso me enteré después, en manos de la editorial española Tres Puntos, con sede en Madrid.

10. “El color debilita” (Picasso).

11. A mediados de 2020, cuando parecía que la pandemia había arrasado con casi todos los proyectos del año, le conté a un amigo que estaba por renunciar a la posibilidad de publicar mi traducción de Bluets. Él me puso en contacto con Jámpster, una editorial chilena que yo admiraba y que se mostró entusiasmada con la idea de diseñar un ebook. Dado que el libro circularía de manera gratuita, me pareció una solución al problema que representa que libros como éste no lleguen a México o lleguen a cuentagotas a un puñado de librerías de la Roma-Condesa en ediciones impagables (para muchos, claro, esto no es un problema, es simplemente “el mercado”). No miento cuando digo que nunca pensé como un conflicto el que mi versión digital de distribución gratuita conviviera con la traducción española del futuro. En mi mundo ideal existiría una versión de Bluets en paisa, en yucateco, en lunfardo.

12. Escribo para dar una versión de los hechos. Si esto fuera un juicio, tomaría los papeles entre mis manos temblorosas y buscaría miradas cómplices entre los asistentes. Pero no escribo para un juicio. Sobre todo escribo para replantear el problema.

13. Trabajamos en el libro durante algunos meses y finalmente lo subimos a la página web de Jámpster el tercer jueves de noviembre por la noche. Todo lo que pensamos que podía suceder sucedió en cámara rápida: el viernes por la mañana, Kandora le escribió a la editorial para solicitarle amistosamente (eso dijo, se los juro) que bajaran el PDF en un plazo de tres días de todos los circuitos en los que estaba presente, de lo contrario lanzaría una campaña de denuncia en redes sociales, medios de comunicación e instancias culturales relacionadas con la educación y el fomento a la lectura. Además, amenazaba con iniciar acciones legales para obtener una indemnización económica por el daño causado.

14. ¿Cuántas veces habré comprado Bluets en mi vida? Lo he regalado vía Kindle unas diez veces, al menos, y durante los seis años que viví en Estados Unidos, cada vez que venía a México pasaba antes a una librería a comprar dos o tres ejemplares sin saber de antemano a qué amigos se los regalaría.

15. Para ese momento el traductor oficial del libro, Lawrence Schimel, me había increpado en Twitter, primero tímidamente y luego con abiertas amenazas. De entrada me llamó la atención la extraña redacción de sus tuits, pero atribuí las comas mal puestas y la falta de concordancia entre artículo y adjetivo a que el caballero estaba en medio de tremendo coraje: “No puede convivir una edición ilegal cuando la editorial @Trespuntosed tiene los derechos mundiales en castellano para la obra, y ahora tendrán que iniciar pleitos contra la editorial y contra ti como traductora por violación de los derechos de la autora. / Una perdida de tiempo y de dinero por parte de la editorial, cuando deben de estar promoviendo los libros que publica, como la recién salido del horno edición legal de EL ARTE DE LA CRUELDAD también de Maggie Nelson, publicado apenas unas semanas (también en mi traducción)”. Lo de “edición ilegal” me dejó helada, sobre todo viniendo de un hombre blanco estadounidense, pero sin duda tenía razón en lo segundo: el tiempo y dinero de la editorial estarían mejor invertidos en otra cosa que andar como policías patrullando traducciones libres y gratuitas del internet de libros que ni siquiera se distribuyen en Latinoamérica. Eso le contesté, citando su amenaza.

16. Por lo menos cuarenta veces.

17. Odié que de pronto fuéramos Schimel y yo los enfrentados, cuando en realidad la falla era sistémica y nos rebasaba por mucho. En un texto sobre la polémica entre Louise Glück y Pre-Textos, David Toscana escribió que el autor es el eslabón más débil en la cadena del “mercado” editorial. Pero no: es el traductor. La traducción es la labor literaria más generosa y al mismo tiempo en la que más se desdibuja –y está bien– la identidad de quien la lleva a cabo.

18. Es tiempo de plantar libros, / de llevarlos a la tierra, para que / flores y vegetales crezcan / desde sus páginas. En marzo de 1968, Richard Brautigan autopublicó, en pequeños sobres con semillas dentro, 600 ejemplares de los ocho poemas que componen Por favor planta este libro. La edición fue gratuita y el permiso para reproducir los textos explícito, siempre y cuando se mantuvieran libres de costo. Detrás de cada sobre escribió las instrucciones para plantar las semillas. Literal y metafóricamente.

19. Estaba hablando con Jámpster sobre cuál sería el mejor momento de bajar el libro de la página web cuando sonó una notificación de mi bandeja de entrada. Era un mail de Kandora, esta vez dirigido a mí, con la artillería pesada que se había ahorrado en su correo anterior. “¿Por qué no le haces un favor al editor que subió el PDF del libro y le dices que lo dé de baja de inmediato y que asimismo rastree el archivo por la red y bloquee el acceso?”, preguntaba, y luego embestía de lleno con la lista de gente con la que iniciaría su campaña contra mí, –revistas en las que he colaborado, como Letras Libres– y con las acciones legales de alto calibre que tenía contempladas: “recurriremos a través de la editorial española a todas las instancias que la legislación europea contempla así como recurriremos a todos los organismos internacionales, Ginebra entre ellos”. Además el correo incluía, como era de esperarse, unas líneas contra Twitter en general (“cualquiera de estos soportes que parecieran estar hechos para decir tonterías”) y contra mis amigos en particular (“amigotes”, les llamaba) que ahí “me aplaudían”. Adjuntó también imágenes escaneadas de los correos impresos y engrapados (¡tan fácil que hubiera sido tomar captura de pantalla!) que yo le había enviado en años anteriores pidiendo los derechos del libro para publicarlo en México, lo cual a su modo de ver constituía una prueba de que, aunque yo conocía el camino del bien e incluso había intentado tomarlo, ahora estaba actuando de mala fe y con dolo. Leí ese correo varias veces seguidas hasta que me dolió la cabeza. Estaba a punto de ser demandada en Ginebra por un libro de poesía. La telenovela empezaba a ponerse un poquito ridícula.

20. Si un color puede dar esperanza, ¿quiere decir que también puede causar desolación? Sí.

21. Me gustaría decir que procuré la difusión de mi versión de Bluets como un acto político, pero no es así. Lo hice como un acto de amistad.

22. Todavía no sé en qué género acomodar los libros de Maggie Nelson en mi librero. Bluets es poesía pero es ensayo (y no sólo ensayo: ensayo filosófico); The Argonauts es ensayo pero novela pero autobiografía; The Red Parts es crónica pero algunos de sus capítulos son poemas y otros se parecen a estar viendo un documental. Jane es un libro de poemas que cuenta una historia de su infancia. The Act of Cruelty es ensayo y crítica y, por momentos, también poesía. Dice Eileen Myles que los poemas son como fiestas a las que todo mundo está invitado. Así pensé durante años a Nelson: una anfitriona de fiestas a las que todo mundo tenía entrada. Ahora Tres puntos, Tajamar, Schimel y los agentes son los cadeneros.

23. Pero la amistad es un acto político.

24. Nos tomó sólo unas cuantas horas decidirnos a bajar el PDF de la página web de Jámpster. A fin de cuentas la difusión del libro había durado varias horas y su supervivencia ya no estaba en peligro: las cosas en internet viven para siempre y eso está bien: los editores sabemos –o deberíamos saber– que la libre circulación de los contenidos en formato digital incentiva la venta de ejemplares físicos y no viceversa. La lógica “copia no oficial=ejemplar no vendido” no se sostiene en la realidad. De hecho una copia no oficial desemboca, a menudo, en varios ejemplares vendidos, pues es común que una lectora o lector adquiera una copia física de algo que ha leído en la pantalla. Incluso aquellos que no pueden comprar un libro contribuyen a sus ventas al recomendarlo.

25. Lectoras y lectores: agentes polinizadores.

26. Por supuesto que Bluets no fue sagrado para mí desde el día uno. Se volvió sagrado con los años, como esos pantalones que de tanto usar adquieren la forma de tus piernas. Se van dibujando en ellos ciertas manchas y desgastes afectuosos a modo de mapa personal: aquí cayeron gotas de aceite de la pasta que preparamos, acá se derramó el vino.

27. En general desconfío de las personas que traducen a una lengua que no es su lengua natal, pero bien puedo estar equivocada. Intentar confirmar la arrogante sospecha de que mi versión es mejor que la de Schimel es tentador pero imposible, al menos por ahora, porque la suya no ha sido publicada. Busco como proxy un ejemplar de El arte de la crueldad, que también tradujo, pero no está disponible en México ni siquiera en versión digital. Me dan ganas de pedirle que me mande su archivo de Bluets y retarlo a un duelo de honor, pero no sé cómo lo tomaría.

28. Un libro le pertenece a su autora sólo hasta el momento en que decide publicarlo. Luego, durante un tiempo (puede ser dos semanas o diez años), le pertenece a la editorial. Pero cuando los lectores resucitan al texto con su mirada, ya sólo les pertenece a ellos. La palabra poética, dice María Negroni, excede a quién la escribe, no tiene autor o autora. El lenguaje, cuando triunfa, supera a la persona.

29. Pesa 639 kb. No huele a nada. Es de color azul fosfeno. Hace pensar en Yves Klein comiendo cereal, en medusas varadas en la arena, en fantasmas que salen un poco antes de que oscurezca (Reseñas en un tuit).

30. Ese mismo día por la noche le escribí a Maggie una carta. En un arranque de ingenuidad que visto en retrospectiva me avergüenza, le hablé de mi amor por Bluets, incluí el PDF en español como archivo adjunto, le informé que sus libros no estaban disponibles en México y, por si fuera poco, rematé diciendo que mi intención no era causarle ningún daño, sino todo lo contrario (no sé qué es todo lo contrario). Su acuse de recibo fue interesante: a la mañana siguiente recibí un mensaje de su agente. Supongo que era la única salida legal para ella, que cualquier respuesta medianamente conciliatoria hubiera corrido el riesgo de ser usada en nuestra defensa. “Que quede claro que no tenías permiso para hacer esto. No tienes derecho a Bluets. No te fue otorgado el permiso para traducir ni distribuir el libro, ni aunque sea gratis. Tu defensa, que equivale a decir “me robé tu libro porque lo amo y quiero que más gente lo ame”, es vacía y egoísta. (…) el daño financiero que le causaste a mi cliente es irrespetuoso, incorrecto y muy real”. Tiene razón en que no tenía permiso de distribuir el libro y acepto plenamente que mi defensa equivale a aceptar que me lo robé para dárselo a otros. Seguramente sí soy una egoísta. Pero lo que más me perturbó no fue su afán aleccionador, sino lo difícil que se ha vuelto para mí sostener el discurso romántico que me había construido en torno a Maggie Nelson y su obsesión contagiosa por el azul.

31. Cuando hablé con mi amiga, la más sabia, sobre el papel de los agentes en el mundo editorial ella me contó una historia de hormigas y hongos que me pareció una fábula bellísima. Existe un hongo parásito, ophiocordyceps unilteralis, que se apropia del cerebro de las hormigas y es capaz de controlar sus acciones hasta que el anfitrión se convierte en una versión externalizada de sí mismo. Las hormigas se convierten en un zombi parte insecto, parte hongo. En un artículo académico, David Hughes comparó al hongo con un titiritero que tira de las cuerdas para mover a su marioneta. Después de un período de tiempo, la hormiga huésped se inmoviliza y el hongo brota del cuerpo y busca otro huésped para infectar.

32. Entender la compra y venta de los derechos de traducción como un asunto fundamentalmente mercantil implica que hay versiones “autorizadas” de los libros y que las otras merecen desaparecer. En ese sentido, el agente tenía razón al decirme que el debate no es complejo. Pero me niego a conformarme con esa interpretación. Puede ser así y puede no ser así, escribo como posible respuesta, recordando a Sexto Empírico. Pero la borro de inmediato y cierro la computadora.

33. Mi Bluets es un libro distinto a Bluets. Brillan en él otros azules.

34. La fábula del hongo y la hormiga tiene sus riesgos, por ejemplo el de romantizar a la autora hasta el punto de despojarla de su voluntad. Tengo la impresión de que en su correo, el agente no hablaba sólo como representante de Nelson, sino como dueño de su trabajo.

35. Otros azules: la mariposa morpho disecada que compré con mi primer novio en las Cataratas del Iguazú (se rompió en alguna mudanza, su recuerdo está deslavado), el caparazón de una langosta sin cocinar,los mosaicos rotos de la alberca vacía de mi infancia, Para Ingeborg, un jarrito de azul. Paul. París, marzo de 1953, Punta Cometa, las mejores tortillas son azules, Los ojos de Albertine son insolentemente azules, el pájaro del Palacio de Cnosos, la playa de Balandra que dura hasta donde la vista alcanza, el azul es la luz que se ha extraviado, el momento en el que avientas algo, cierras los ojos y te quedas esperando el sonido que confirme su caída, el azul platica como el jazz. En invierno de 2005, mi madre y yo viajamos a una ciudad nevada. Para entonces el cáncer había invadido su páncreas y tenía frío todo el tiempo, así que una tarde nos detuvimos a comprar un abrigo en una tienda de ropa de segunda mano. El único que encontramos le quedaba grande –ya todo le quedaba grande– y la cubría del cuello a los tobillos. A lo lejos, caminando torpemente entre la nieve, parecía un moribundo destello azul sobre el fondo blanco del paisaje. Lo inverso a una estrella en un cielo despejado.

36. Cuestionar la manera en que operan los derechos de autor no significa rechazarlos por completo, sino revelar sus estructuras subterráneas y poner en tensión las ideas que sostienen su discurso. “La creencia de que el copyright es necesario porque protege a los autores”, declara la voz colectiva Wu Ming, “revela cuánto humo y cuánta arena ha llegado a arrojar la cultura dominante (basada en el principio de propiedad) y la industria del entretenimiento a los ojos del público”.

37. “Edición liberada por Jámpster”, leo en algún lugar. Sonrío de oreja a oreja: liberada.

38. Han pasado diez años desde el blanquísimo invierno de 2010: cerró St. Mark’s Bookshop, a mi padre se le llenó el estómago de sangre sucia, me nació una hija, una pandemia nos puso de rodillas. Si traducir es una escuela de lentitud, como dijo Dominque Grandmont, he sido una estudiante ejemplar.

39. Dijiste que pensabas en el azul.

40. Por favor no me escriban pidiéndome el PDF de Bluets. De ningún modo puedo enviárselos.

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